
Muy pocos conocieron al Traverso padre, al hombre que también tenía miedo, ternura, silencios. Ese retrato íntimo y conmovedor emerge hoy, al cumplirse un año de su partida, gracias a su hija mayor, Paula, que se anima a correr el velo para mostrarnos al Flaco más humano de todos.
“Era un padre como me imagino que le debe pasar a todos los hijos de corredores… le costaba estar presente físicamente. El desafío era estar presente desde otro lugar. Lo estuvo. Trascendía esa ausencia”.
Paula no necesita teorizar. Habla desde los recuerdos, desde los silencios y los gestos de un hombre que, a pesar de los podios y sus 16 títulos, nunca dejó de ser un tipo de carne y hueso. “Las veces que se enojaba de verdad, era silencioso. Ese silencio era lo que más te alertaba. Si no te daba mucha bolilla, ahí sabías que estaba enojado en serio”, confiesa.
No necesitaba levantar la voz. Bastaba una mirada o una frase corta para marcar un límite. A los gritos los reservaba para la pista, no para su casa.
En ese universo paralelo donde los domingos eran lunes -porque después de cada carrera, llegaba de madrugada y dormía hasta tarde-, las cenas familiares tenían un ritual inamovible: “Primero veía la carrera grabada. Era su ceremonia. Y después, sí, empezaba el descanso. Pero el lunes era nuestro domingo”.
“Mi papá ya corría cuando nací. Estar en el autódromo era que le vaya bien, que gane, que el equipo festeje. Era una sensación de familia, de equipo”, recuerda. Y hay algo que no olvida: el frío. “Me acuerdo de estar tiritando y que me ofrecieran una campera, algo para comer. Esa contención era lo primero que se sentía”.

Y sin embargo, el día más inesperado fue aquel en que no chocó, ni voló, ni gritó. Fue el día en que decidió retirarse, también en la pista olavarriense en 2005. “Nos enteramos por la televisión.
Nadie lo sabía. Ni siquiera nosotros. Dijo que se despertó sin ganas de correr.
Y listo. Así fue. De un día para otro”. No hubo discursos. No hubo épica. Hubo sorpresa, alivio, y esperanza. “Pensamos: ahora sí, lo vamos a tener más cerca”.
Como abuelo, fue otro hombre. Más tierno, más disponible. “Acompañaba a sus nietos al colegio, a la peluquería, a Temaikén”. Era el mismo Flaco, pero con otro ritmo. “Más presente. Más cariñoso”.
Paula recuerda una anécdota inolvidable: “La directora del colegio donde inscribí a mi hija, que también era el mío, nos vio llegar y dijo: ‘Ahora que es abuelo, por fin lo voy a tener en el colegio’. Y así fue…”